sábado, 25 de abril de 2020

Domingo de la III semana de Pascua. Los discípulos de Emaús.

Imagen: El camino de Emaús, Robert Zünd, 1877.


Domingo de la III semana de Pascua
26 de abril de 2020, 8:00h.

¡Buenos días!

Esta semana leía de uno de los grandes científicos italianos, católico (sí, se puede ser científico y católico creyente, por mucho que en España nos hagan creer lo contrario) que los cristianos somos las personas más realistas. No somos seguidores de “ideas”. Sino que nosotros creemos en lo real. En lo que se puede tocar. Por eso, santo Tomás, el pasado domingo, nada más vio a Jesús, cayó de rodillas y creyó. “Señor mío y Dios mío”.  Este científico decía que las ideas están muy bien, que las ideologías hay algunas muy bonitas y al oído del hombre pueden llamarle la atención, pero… no duran. Tardarán más o menos pero no duran. Porque no son reales. Por eso el comunismo ha caído en algunos países y continuará cayendo. Porque no es real. Porque a las personas, por muy bien que le suene al oído, si al final del día tienen hambre y no tienen qué comer… algo falla. 

El encuentro con Jesucristo resucitado no nos saca de la historia, sino que nos inserta más a fondo en la vida de la Iglesia. Eso pasa en el evangelio de hoy domingo: los discípulos de Emaús. Acontece en la tarde del primer día de la semana, lo que es nuestro domingo. Son “dos de ellos” … no sabemos sus nombres… porque ellos somos todos los discípulos a lo largo de la historia. Dos que han caminado con Jesús, han sido Iglesia… pero están fugándose.  Se alejan del lugar de la derrota. Esta fuga es el camino inverso al de la salvación. 

Por el camino conversaban y discutían, cosa que normalmente no lleva a ninguna parte. Pero un caminante se pone a su ritmo. El paso de Jesús no les incomoda, al contrario, se adapta. Pero al igual que nosotros en nuestra vida ordinaria, no lo reconocemos… El desconocido lee sus corazones. ¿De qué discutís mientras vais andando? Podría reprocharles o pedirles explicaciones de por qué huyen. Jesús no busca un golpe de escena. Se interesa por sus problemas. Abra camino para que podamos entrar en Él. Hasta parece que la pregunta les ofende. Se paran. ¿Eres el único que…? Contadme. 

San Lucas tiene aquí la intención de plantar los cimientos en los discípulos. Y también en la vida de la Iglesia.
Sin duda alguna, los discípulos de Emaús tienen un afecto real por Jesús, pero también sufren su fracaso. El pecado de estos discípulos es el pecado de los que se creen justos: quererle decir al Señor cómo tenía y cómo tiene que hacer las cosas. Ayer y hoy.  Experimentan algo así como un amor traicionado: fue un profeta poderoso, en obras y palabras… le condenaron a muerte y le crucificaron… nosotros esperábamos que fuera el que iba a librar a Israel… 

Aquí no dicen más que bobadas subjetivas. Nosotros esperábamos. A mi me gustaría… Al final son sus desilusiones. La culpa cargada en los otros… los sumos sacerdotes que condenan a Jesús. Ellos son los que se han equivocado… El caso es que lleva ya tres días enterrado… aunque algunas mujeres dicen que ha resucita… pero ¿quien creerá a las mujeres?... ¿Quién se fiará del testimonio de los otros?...

Continuará a la tarde…
D. Juan Jose, párroco de la Sagrada Familia

jueves, 9 de abril de 2020

Que tengas un santo viernes.


Imagen para la contemplación: Ecce Homo, de Antonio Ciseri, 1871.


¡Buenos y santos días!
Estamos ya inmersos de lleno en el Triduo Pascual, que comenzaba ayer, como la gran celebración de la Institución de la Eucaristía, la del Sacerdocio y la del mandamiento nuevo: Amaos unos a otros como yo os he amado. El Señor nos daba ayer la clave: ¿quieres amar de la mejor manera? Ven a mi y te enseñaré lo que es la plenitud del amor, la verdadera caridad, la meta de la vida.

Tras estos grandes regalos, comenzaba ya la gran traición y el gran abandono. Traicionado por Judas, negado por Pedro, abandonado por todos. Durante esta noche, mientras nosotros dormíamos, en la noche, Jesús sufría un juicio civil y religioso, no se encontraban pruebas y los supuestos testigos no se ponían de acuerdo en las acusaciones.

Ahora, según la tradición y los estudiosos, a esta hora que nosotros despertamos, a Jesús ya se le había condenado. La muchedumbre que lo había aclamado Mesías y Rey, dejada llevar por unos jefes del pueblo asustados por perder su poder, acabaría condenándolo a la más vil de las muertes: la muerte en Cruz.

Nos sucede a menudo. Mientras nos dormimos condenan a muchos inocentes. Porque no estamos ahí, porque no estamos vigilando.

Jesús aceptará esa cruz. Sabe que “conviene que muera una por el pueblo”. El cobarde Pilatos se lavará las manos. Jesús abrazará la cruz. Y comenzará a subir la más difícil de las cuestas: el Calvario.

Se encontrará con Simón, el Cireneo. Cambiará su vida. Con la Verónica, cambiará su vida. Con su madre: todo lo hará nuevo…

En esta subida al Calvario… ¿estás dispuesto a encontrarte con Él?
¿O apartarás tu rostro? ¿O acaso, te lavarás las manos?

Que tengas un santo viernes.
Silencio, cruz y amor.
D. Juan José, p. Sagrada Familia.




domingo, 15 de marzo de 2020

El Papa en el Ángelus: la salvación no está en las cosas de este mundo sino en Jesús




El Santo Padre Francisco rezó la oración mariana del Ángelus conectado en streaming desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano para respetar las medidas de prevención del coronavirus que afecta a varios países del mundo. Reflexionando sobre el Evangelio del día, que relata el encuentro de Jesús y la mujer samaritana en el pozo de agua, el Pontífice explicó que con estas palabras se nos revela "el misterio del agua viva", ya que la salvación "no está en las cosas de este mundo sino en Aquel que nos ha amado y nos ama siempre: Jesús nuestro Salvador".

Ciudad del Vaticano

En el tercer domingo de Cuaresma, 15 de marzo, y en medio de la emergencia global que viven varios países del mundo a causa de la extensión del coronavirus, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano conectado en streaming a través de Vatican Media, para cumplir con las disposiciones de prevención evitando que las multitudes de personas favorezcan la transmisión del virus.

En esta ocasión, el Santo Padre reflexionó sobre el Evangelio del día que narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana junto a un pozo de agua (cf. Jn 4, 5-42) cuando iba caminando con sus discípulos. Un relato especialmente representativo teniendo en cuenta que los habitantes de Samaria era considerados herejes por los judíos y muy despreciados.

Jesús revela el misterio del agua viva

«Jesús está cansado, sediento. Una mujer viene a buscar agua y él le pide: Dame de beber», explicó Francisco indicando que de esta manera el Maestro rompe todas las barreras, "comienza un diálogo en el que revela a esa mujer el misterio del agua viva, es decir, el Espíritu Santo, el don de Dios".
De hecho -añadió el Papa- ante la reacción de sorpresa de la mujer, Jesús responde: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ¡Dame de beber!, le habrías pedido y te habría dado agua viva" (v. 10).

Agua: símbolo de la gracia divina

Asimismo, el Pontífice destacó que en el corazón de este diálogo está el agua: "Por un lado, el agua como elemento esencial, que apaga la sed del cuerpo y sostiene la vida. Por otro lado, el agua como símbolo de la gracia divina, que da la vida eterna" ya que en tradición bíblica, Dios es la fuente de agua viva: "alejarse de Él y de su Ley conduce a la peor sequía".
En este sentido, el Papa aseveró que esta es la misma experiencia de sequí que padece el pueblo de Israel en el desierto: "En el largo camino hacia la libertad, ellos, ardiendo de sed, protestan contra Moisés y Dios porque no hay agua. Luego, por voluntad de Dios, Moisés hace brotar agua de una roca, como signo de la providencia de Dios que acompaña a su pueblo y le da vida (cf. Ex 17, 1-7)".

La fuente de vida plena y eterna

El Papa recordó igualmente que el apóstol Pablo interpreta esa roca como un símbolo de Cristo, más aún, "como una misteriosa figura de su presencia en medio del pueblo de Dios en el camino (cf. 1 Cor 10:4). Porque Cristo es el Templo del que, según la visión de los profetas, brota el Espíritu Santo, purificando y dando vida. Quien tenga sed de salvación puede sacarla libremente de Jesús, y el Espíritu se convertirá en él o ella en una fuente de vida plena y eterna".
Además, el Santo Padre hizó hincapié en que la promesa de agua viva que Jesús hizo a la mujer samaritana se hizo realidad en su Pascua: «sangre y agua salieron de su costado traspasado (Jn 19:34). Cristo, Cordero inmolado y resucitado, es la fuente de la que mana el Espíritu Santo, que perdona los pecados y regenera a la nueva vida».

Nuestra sed se sacia en nuestro Salvador

Y para concluir su reflexión, Francisco señaló que este don es también la fuente del testimonio. "Al igual que la mujer samaritana, quien se encuentra personalmente con Jesús vivo siente la necesidad de hablar de él a los demás, para que todos vengan a confesar que Jesús es verdaderamente el Salvador del mundo" (Jn 4:42), como dijeron más tarde los paisanos de esa mujer.
«También nosotros, generados a una nueva vida a través del Bautismo, estamos llamados a dar testimonio de la vida y la esperanza que hay en nosotros. Si nuestra búsqueda y nuestra sed encuentran en Cristo la plena satisfacción, manifestaremos que la salvación no está en las "cosas" de este mundo, sino en Aquel que nos ha amado y nos ama siempre: Jesús nuestro Salvador. Que María Santísima nos ayude a cultivar el deseo de Cristo, fuente de agua viva, el único que puede satisfacer la sed de vida y de amor que llevamos en nuestros corazones», finalizó Francisco.


viernes, 24 de enero de 2020

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Viernes, 24 de enero de 2020

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Viernes, 24 de enero de 2020
En la primera lectura (1S 24,3-21) vemos cómo se desinflan los celos del rey Saúl hacia David. Los celos del rey nacen del canto de victoria de las jóvenes —lo leímos ayer— por Saúl que mató a mil enemigos, mientras David a diez mil. Comienza así la inquietud de los celos, como una carcoma que te corroe por dentro. Y Saúl sale con el ejercito para matar a David. Los celos son criminales, siembre intentan matar. Y a quien dice: “sí, estoy celoso por esto, pero no soy un asesino”, habría que contestarle: “ahora. Pero si sigues puedes acabar mal”. Porque se puede matar fácilmente con la lengua, con la calumnia.

Unos celos que crecen murmurando por dentro, interpretando las cosas en clave de celos. En esa murmuración interior, el celoso e incapaz de ver la realidad, y solo un hecho muy fuerte puede abrirle los ojos. Así, en la imaginación de Saúl, los celos lo llevan a creer que David era un asesino, un enemigo. También nosotros, cuando nos viene la envidia, los celos, hacemos eso. Que cada uno piense: “¿Por qué esa persona me es insoportable? ¿Por qué a aquella otra no la puedo ni ver?”. Que cada uno piense porqué. Muchas veces buscaremos el porqué y veremos que son fantasías nuestras, fantasías que crecen en esa murmuración interior. Y al final, es una gracia de Dios cuando el celoso encuentra la verdad, como le pasó a Saúl, y los celos explotan como una pompa de jabón, porque los celos y la envidia no tienen consistencia.

La salvación de Saúl está en el amor de Dios que le había dicho que si no obedecía le quitaría el reino, pero lo quería mucho. Y por eso le da la gracia de explotar aquella pompa de jabón sin fundamento. Saúl entra en la caverna donde David y los suyos están escondidos. Los amigos dicen a David que aproveche para matar al rey, pero él se niega: “El Señor me libre de obrar así contra mi amo, el ungido del Señor”. Se ve la nobleza de David en comparación con los celos asesinos de Saúl. Y, en silencio, corta solo un trozo de tela del borde del manto del rey, y se va. David sale de la caverna y llama a Saúl con respeto, “¡oh, rey, mi señor!”, aunque aquel intentara matarlo. Y le dice: “¿Por qué haces caso a las palabras que dice la gente: David busca tu desgracia?”. Entonces le enseña la orla del manto, diciendo: “He podido matarte, y no lo he hecho”. Esto hace explotar la pompa de jabón de los celos de Saúl, que reconoce a David como si fuese su hijo y vuelve a la realidad diciendo: “Eres mejor que yo, pues tú me tratas bien, mientras que yo te trato mal”.

Es una gracia cuando el envidioso, el celoso, se halla ante una realidad que hace explotar esa pompa de jabón que es su vicio de celos o de envidia. Cuando somos antipáticos con una persona, o no la queremos, preguntémonos: “¿Qué hay dentro de mí? ¿Está el gusano de los celos que crece, porque él tiene algo que yo no tengo, o hay una rabia escondida?”. Debemos proteger nuestro corazón de esa enfermedad, de esa murmuración interior, que hace crecer la pompa de jabón que luego no tiene consistencia, pero que hace mucho daño. Y también cuando alguno nos viene a criticar de otro, debemos hacerle entender que, a menudo, no está hablando con serenidad, sino con pasión, y en esa pasión está el mal de la envidia y el mal de los celos. Estemos atentos, porque eso es un gusano que entra en el corazón de todos —¡de todos!—  y nos lleva a juzgar mal a la gente, porque por dentro hay una oposición: él tiene una cosa que yo no tengo. Y comienza la pelea que nos lleva a descartar a la gente, nos lleva a una guerra; una guerra doméstica, una guerra en el barrio, una guerra en el lugar de trabajo. Y está precisamente en el origen, es la semilla de una guerra: la envidia y los celos.

Estemos atentos cuando sintamos esa antipatía por alguno y preguntémonos: “¿Por qué siento esto?”. Y no permitamos que esa murmuración interior nos haga pensar mal, porque eso hace crecer la pompa de jabón. Pidamos al Señor la gracia de tener un corazón transparente como el de David. Un corazón transparente que solo busca la justicia, busca la paz. Un corazón amigable, un corazón que no quiere matar a nadie, porque los celos y la envidia matan

lunes, 2 de diciembre de 2019

Carta apostólica Admirabile signum del Santo Padre Francisco sobre el significado y el valor del Belén, 01.12.2019

Carta apostólica Admirabile signum del Santo Padre Francisco sobre el significado y el valor del Belén, 01.12.2019

CARTA APOSTÓLICA EL HERMOSO SIGNO DEL PESEBRE DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN
1. El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.
Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada.
2. El origen del pesebre encuentra confirmación ante todo en algunos detalles evangélicos del nacimiento de Jesús en Belén. El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; palabra que procede del latín: praesepium.
El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.
Pero volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos. Nos trasladamos con la mente a Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén. Y es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre.
Las Fuentes Franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»[1]. Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes[2].
Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio.
El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría»[3].
3. San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca estos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio para el alma que se esconde en la roca para dejarse envolver en el silencio.
¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado.
La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales.
De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).
4. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).
Merecen también alguna mención los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia. Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original.
5. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.
«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre.
6. Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.
Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.
Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.
7. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).
Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.
8. El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos.
El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas.
«La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.
El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas. Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.
9. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura.
Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.
Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes.
10. Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.
Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.

FRANCISCO

Dado en Greccio, en el Santuario del Pesebre, 1 de diciembre de 2019.


[1] Tomás de Celano, Vida Primera, 84: Fuentes franciscanas (FF), n. 468.
[2] Cf. ibíd., 85: FF, n. 469.
[3] Ibíd., 86: FF, n. 470.