jueves, 9 de abril de 2020

Que tengas un santo viernes.


Imagen para la contemplación: Ecce Homo, de Antonio Ciseri, 1871.


¡Buenos y santos días!
Estamos ya inmersos de lleno en el Triduo Pascual, que comenzaba ayer, como la gran celebración de la Institución de la Eucaristía, la del Sacerdocio y la del mandamiento nuevo: Amaos unos a otros como yo os he amado. El Señor nos daba ayer la clave: ¿quieres amar de la mejor manera? Ven a mi y te enseñaré lo que es la plenitud del amor, la verdadera caridad, la meta de la vida.

Tras estos grandes regalos, comenzaba ya la gran traición y el gran abandono. Traicionado por Judas, negado por Pedro, abandonado por todos. Durante esta noche, mientras nosotros dormíamos, en la noche, Jesús sufría un juicio civil y religioso, no se encontraban pruebas y los supuestos testigos no se ponían de acuerdo en las acusaciones.

Ahora, según la tradición y los estudiosos, a esta hora que nosotros despertamos, a Jesús ya se le había condenado. La muchedumbre que lo había aclamado Mesías y Rey, dejada llevar por unos jefes del pueblo asustados por perder su poder, acabaría condenándolo a la más vil de las muertes: la muerte en Cruz.

Nos sucede a menudo. Mientras nos dormimos condenan a muchos inocentes. Porque no estamos ahí, porque no estamos vigilando.

Jesús aceptará esa cruz. Sabe que “conviene que muera una por el pueblo”. El cobarde Pilatos se lavará las manos. Jesús abrazará la cruz. Y comenzará a subir la más difícil de las cuestas: el Calvario.

Se encontrará con Simón, el Cireneo. Cambiará su vida. Con la Verónica, cambiará su vida. Con su madre: todo lo hará nuevo…

En esta subida al Calvario… ¿estás dispuesto a encontrarte con Él?
¿O apartarás tu rostro? ¿O acaso, te lavarás las manos?

Que tengas un santo viernes.
Silencio, cruz y amor.
D. Juan José, p. Sagrada Familia.




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