El Santo
Padre Francisco rezó la oración mariana del Ángelus conectado en streaming
desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano para respetar las
medidas de prevención del coronavirus que afecta a varios países del mundo.
Reflexionando sobre el Evangelio del día, que relata el encuentro de Jesús y la
mujer samaritana en el pozo de agua, el Pontífice explicó que con estas
palabras se nos revela "el misterio del agua viva", ya que la
salvación "no está en las cosas de este mundo sino en Aquel que nos ha
amado y nos ama siempre: Jesús nuestro Salvador".
Ciudad del
Vaticano
En el tercer domingo de Cuaresma, 15 de marzo, y en medio de la emergencia global que viven varios países del mundo a causa de la extensión del coronavirus, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano conectado en streaming a través de Vatican Media, para cumplir con las disposiciones de prevención evitando que las multitudes de personas favorezcan la transmisión del virus.
En esta ocasión, el Santo Padre reflexionó sobre el Evangelio del día que narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana junto a un pozo de agua (cf. Jn 4, 5-42) cuando iba caminando con sus discípulos. Un relato especialmente representativo teniendo en cuenta que los habitantes de Samaria era considerados herejes por los judíos y muy despreciados.
Jesús
revela el misterio del agua viva
«Jesús está cansado, sediento. Una mujer
viene a buscar agua y él le pide: Dame de beber», explicó Francisco indicando
que de esta manera el Maestro rompe todas las barreras, "comienza
un diálogo en el que revela a esa mujer el misterio del agua viva, es decir, el
Espíritu Santo, el don de Dios".
De hecho -añadió el Papa- ante la
reacción de sorpresa de la mujer, Jesús responde: "Si conocieras
el don de Dios y quién es el que te dice: ¡Dame de beber!, le habrías pedido y
te habría dado agua viva" (v. 10).
Agua:
símbolo de la gracia divina
Asimismo, el Pontífice destacó que en el
corazón de este diálogo está el agua: "Por un lado, el agua como
elemento esencial, que apaga la sed del cuerpo y sostiene la vida. Por otro
lado, el agua como símbolo de la gracia divina, que da la vida eterna" ya
que en tradición bíblica, Dios es la fuente de agua viva: "alejarse de
Él y de su Ley conduce a la peor sequía".
En este sentido, el Papa aseveró que
esta es la misma experiencia de sequí que padece el pueblo de Israel en el
desierto: "En el largo camino hacia la libertad, ellos, ardiendo
de sed, protestan contra Moisés y Dios porque no hay agua. Luego, por voluntad
de Dios, Moisés hace brotar agua de una roca, como signo de la providencia de
Dios que acompaña a su pueblo y le da vida (cf. Ex 17, 1-7)".
La
fuente de vida plena y eterna
El Papa recordó igualmente que el apóstol
Pablo interpreta esa roca como un símbolo de Cristo, más aún, "como
una misteriosa figura de su presencia en medio del pueblo de Dios en el camino
(cf. 1 Cor 10:4). Porque Cristo es el Templo del que, según la visión de los
profetas, brota el Espíritu Santo, purificando y dando vida. Quien tenga sed de
salvación puede sacarla libremente de Jesús, y el Espíritu se convertirá en él
o ella en una fuente de vida plena y eterna".
Además, el Santo Padre hizó hincapié en
que la promesa de agua viva que Jesús hizo a la mujer samaritana se hizo
realidad en su Pascua: «sangre y agua salieron de su costado traspasado (Jn
19:34). Cristo, Cordero inmolado y resucitado, es la fuente de la que mana el
Espíritu Santo, que perdona los pecados y regenera a la nueva vida».
Nuestra
sed se sacia en nuestro Salvador
Y para concluir su reflexión, Francisco
señaló que este don es también la fuente del testimonio. "Al igual
que la mujer samaritana, quien se encuentra personalmente con Jesús vivo siente
la necesidad de hablar de él a los demás, para que todos vengan a confesar que
Jesús es verdaderamente el Salvador del mundo" (Jn 4:42), como dijeron
más tarde los paisanos de esa mujer.
«También nosotros, generados a una nueva vida a través
del Bautismo, estamos llamados a dar testimonio de la vida y la esperanza que
hay en nosotros. Si nuestra búsqueda y nuestra sed encuentran en Cristo la
plena satisfacción, manifestaremos que la salvación no está en las
"cosas" de este mundo, sino en Aquel que nos ha amado y nos ama siempre:
Jesús nuestro Salvador. Que María Santísima nos ayude a cultivar el deseo de
Cristo, fuente de agua viva, el único que puede satisfacer la sed de vida y de
amor que llevamos en nuestros corazones», finalizó
Francisco.
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